Columna de Arlene B. Tickner que nos hace reflexionar mas alla de nuestra posicion politica coyuntural. Es decir, nos permite a visualizar el problema de los Medios de Comunicacion como un problema de fondo que debe ser debatido desde la concentracion de la propiedad de los mismos.
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El insólito cierre —por su forma y su fondo— de la revista Cambio invita a una reflexión más amplia sobre las implicaciones políticas de la concentración de la propiedad de los medios de comunicación alrededor del mundo.
En la década de los ochenta éstos sufrieron una profunda transformación a raíz de la globalización neoliberal y la desregulación de las fuerzas del mercado, consistente en la expansión, la diversificación y la internacionalización, y el uso de las fusiones y adquisiciones como vehículo para consolidar ganancias y reducir el riesgo. En el caso de Estados Unidos, mientras que en 1983 unas 50 compañías eran dueñas de la mayoría de los medios masivos, para 1990 esta cifra se había reducido a 23, descendiendo a tan sólo 5 en 2004.
Los “carteles mediáticos” resultantes de este proceso —que se han convertido en el modelo dominante de organización de los medios en el mundo— se caracterizan por el lucro como objetivo principal, con lo cual todo, incluyendo el periodismo, debe ser entretenido; la integración vertical y horizontal, es decir, el control sobre la totalidad de la cadena productiva de múltiples industrias culturales (editoriales, cine, radio, prensa, TV, cable, internet) que antes eran separadas; y la concentración de la propiedad.
A pesar de que los medios han sido descritos como una fuerza democratizadora dentro de la sociedad en tanto defensores de la libertad de expresión, la transparencia y el interés público, su cartelización distorsiona la democracia de múltiples formas, comenzando por el hecho de que la concentración del poder privado sobre ellos reduce su independencia, así como la existencia de distintas lecturas sobre la realidad. Con el agravante de que lo que se presenta como noticia o no, y la forma de presentarla, depende de la doble necesidad de entretener y seducir al público y de no ofender a los intereses corporativos —de cuya publicidad viven los medios— ni a los gobiernos que patrocinan a estos últimos.
La afirmación de que los dueños de los medios hacen política, no sólo ganancias, se ilustra con un caso aberrante pero representativo de esta tendencia. El de Silvio Berlusconi. El primer ministro italiano no sólo llegó al poder gracias a su dominio sobre un imperio mediático masivo, sino que una vez allí, impuso una fórmula noticiosa que toda cadena estatal de TV debía seguir, en la cual el punto de vista del Gobierno se privilegiaba. Con el resultado de que, además de socavar la objetividad y la autonomía de los medios en Italia, Berlusconi logró ocupar un 50% del tiempo al aire de las cadenas estatales, versus un 20% para la oposición.
En resumen, el poder económico y político a disposición de los dueños de los medios de comunicación se ejerce sesgadamente, como el de cualquier otra empresa, en función de sus intereses y los de sus patrocinadores. Aunque consumidores, accionistas menores y periodistas pueden limitar ese poder mediante la creación de pequeños nichos “críticos”, no controlan su rumbo general.
Lo cual nos trae al caso de Cambio, que ocupaba este importante papel dentro de la CEET. Sería ingenuo desconocer que Planeta, como cualquier cartel mediático, también hace política para asegurar sus ganancias. ¡Pero a qué costo para la democracia!
Arlene B. Tickner.
*TOMADO DE: http://www.elespectador.com/columna186833-medios-y-poder
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